El actual entrenador de Echagüe hizo un repaso de su vida como deportista, desde sus inicios con el rugby hasta el problema de salud que nunca más lo alejó de la pelota naranja. El Ferro de los 80, la primera experiencia en el AEC que terminó en una pelea con Orlando Butta, la reconciliación con los paranaenses, la selección argentina, la dirección técnica, fueron algunos de los temas café de por medio.
De frente, así como era su estilo cuando salía a la cancha donde dejaba todo. Así como se manejó en cada club en el que estuvo hasta ganarse el respeto de todo el básquet argentino. De frente, así como encaraba los partidos cada vez que defendía la camiseta de la selección. Así como por este camino tomó decisiones acertadas y otras no tanto, pero de las que siempre algo aprendió.
Sebastián Uranga mantuvo un mano a mano con EL DIARIO y no para hablar del presente de su Echagüe en el TNA sino de él y algunas, tan sólo algunas de las cosas que vivió y vive con el básquet, al cual llegó por casualidad.
-Hay una frase que te la he escuchado un par de veces, por la cual muchos te cargan también pero que tiene una explicación lógica, si se quiere: “No conozco Paraná”…
-Si, puesta así como título, sin explicarla, suena feo (risas). La realidad es que no sé si los que han vivido acá siempre no se dan cuenta de lo que ha crecido Paraná. Yo me fui muy chico y ha cambiado tanto la ciudad que lugares referenciales que yo tenía, que para mí eran lejos cuando era chico, hoy en día están prácticamente en el centro y si uno me saca de los lugares por los cuales me manejo habitualmente, teniendo en cuenta que vivía en la zona del Parque, iba al colegio La Salle, al Club Estudiantes, a la Cultural inglesa, etc; me cuesta enormemente ubicarme. A veces, por ejemplo, lo escucho al Topo (Rubén Durán, asistente de Echagüe) que se pone a hablar de calles y no conozco ni media.
El otro día vino mi ahijada, la hija del Vasco Aispurua, y le propongo ir a buscarla a la casa de la amiga y me dice: Barrio Paraná 26, sector tanto, manzana tanto, casa tanto, calle tal, entre tal y tal (risas). La terminó llevando el padre de la amiga.
-¿Tu relación con el básquet se puede decir que se dio de casualidad?
-Fue así. Creo que la casualidad está dentro de cualquier persona. Deportivamente mi familia está mucho más cercana al rugby de Estudiantes, deporte al cual empecé a jugar a los 6 años y entre los 8 y los 9, entre mi hermano Beltrán, que hacía rugby y básquet, y Aníbal Cantero, que era mi profesor de Educación Física en el colegio, más el entrenador de básquet del club, me empezaron a “perseguir” con la intención de que también juegue. Por aquellos tiempos no existía el minibásquet y recuerdo que practicaba muy de vez en cuando. Lo que sí me acuerdo patente en mi primer partido, habré tenido 10 años, fue en cancha de Peñarol, que por cierto el otro día fui al supermercado y me crucé a verla y está casi igual, perdimos 50 a 1. No me acuerdo el apellido pero Peñarol tenía dos hermanos que para mí, en aquel entonces, eran unos NBA.
Pero puntualmente hay un hecho que me mete definitivamente en el básquet, fue en 1979, cuando tengo una apendicitis aguda que estuvo complicada por los que estoy ocho días internado en el Sanatorio La Entrerriana. Cuando me dan de alta mi primera pregunta fue cuando podía jugar al rugby, y por la operación esa zona quedó debilitada y me aconsejaron un año, por lo menos, para volver. Así que pregunté por el básquet, tenía que esperar menos, y ahí empecé y se fueron dando las cosas y desde ese problema de salud hasta que estaba reclutado en Ferro pasaron solamente dos años. Entre ellos una convocatoria a un Campeonato Argentino al cual no voy por mi viaje de egresados que, hasta el día de hoy, Aníbal no me perdona (risas). Llámese casualidad o causalidad, pero después el básquet termina siendo la enorme pasión de mi vida.
-En Ferro se dan muchas cuestiones: el hecho de estar en una institución modelo de aquel entonces, el nacimiento de la Liga Nacional y tener a León Najnudel como entrenador.
-Es difícil hoy hacer un parámetro de lo que fue Ferro, en aquella época, con cualquier organización de hoy.
Puntualmente en el básquet, se tomaron su tiempo en decidir cuál era el entrenador que estaría a cargo del proyecto del club y lo acompañaron a más no poder, y la elección no había podido ser mejor que la de León, a mediados de los 70. A partir de ahí empezó un proceso totalmente revolucionario. En mi caso soy del segundo grupo de reclutados, ya que en el primero estuvieron Cortijo, Oroño, Luis González, hubo algunos jugadores en el medio pero en mi caso, que también, por ejemplo, estuvimos con el Gabi Darrás, nos sumamos luego a juveniles que ya tenía el club. Llegar a Ferro era encontrarte con toda una organización dispuesta a ayudarte a crecer, no sólo en lo deportivo sino también en lo personal. Casi todos los jugadores que pasamos por Ferro y hablamos de la vida manejamos el mismo idioma. Decidirme por Ferro, ya que tuve la oportunidad de ir a otros clubes, fue la mejor determinación de mi vida.
-Hablando de decisiones, el año 1986 es muy especial para vos y Echagüe que te contrata. ¿Cómo definirías esa medida de jugar en Paraná en aquella temporada donde pasaron cosas?
-No hay dudas. A mí me toca salir campeón de la Liga Nacional con Ferro y tenía una gran relación personal con el Chungo (Orlando Butta) que siempre fue un tipo de grandes ideales en pos de buscar lo mejor para crecer, a veces sin mucho sustento. Me fui embarcando en una idea seductora de volver a mi ciudad, en un equipo recién ascendido y con toda la ilusión que eso implica.
En el punto de vista deportivo nos fue bien, bien nada más porque nos podría haber ido mejor, en una temporada en la cual la gente estaba muy entusiasmada y que promediaba 2.500 personas por noche, era un verdadero furor.
Lamentablemente, en lo personal, la idea se diluyó por temas económicos y a la vista del diario del lunes la decisión no fue buena ya que se dio algo muy tumultuoso.
Siempre digo lo difícil y complejo fue esa temporada, donde uno se plantea porque, si estaba en la cresta de la ola, viniendo de ser el mejor jugador de las finales del 85, pesando en el primer mundial con la mayor. Pero bueno, uno apeló al corazón y pensó que era algo bueno.
Al margen de todo, estoy muy agradecido de haber estado en Paraná ese año ya que me tocó vivir con mi madre el último año de su vida y es algo que no se olvida más. Fue algo muy fuerte. Parece como que fue Dios el que determinó que pase todo esto.
-Una relación que termina en aquel entonces con Echagüe con un juicio de por medio el cual ganás y que decidís no cobrar. ¿Por qué?
-Hay que recordar que fue un momento bastante duro. Durante ese año y el posterior se dijeron barbaridades sobre mí, por las cuales sufrí mucho tiempo ya que ésta es mi ciudad, quizás si hubiese pasado en otra no hubiese sido para tanto.
Desde el primer momento que lo empecé era simplemente para demostrar que era cierto que había un incumplimiento, el cual no era reconocido, nada más que eso. Para mí, es un tema totalmente archivado, pasado, doloroso, etc. Considero que aquí no fue culpable ni el Chungo ni yo, sino los dos. Yo actué como un chico y él un poco desesperado porque las cosas se le habían salido de cauce. Lo que más me duele es haber perdido la relación con él que era muy buena, hasta ese momento.
-¿Nunca más hablaron?
-Hace un tiempo que no lo veo, pero las últimas veces que nos cruzamos nos hemos saludado respetuosamente, pero no hablamos.
Pienso que estamos entrando en una edad donde a uno le gustaría poder revertir eso pero, lamentablemente, el tiempo perdido no te lo devuelve nadie.
-¿Esa forma de irte de Echagüe la gente te la hizo sentir cada vez que venías a jugar a Paraná?
-Sí, los insultos duraron bastante, por lo menos, hasta el Campeonato Argentino de 1989. Pero la gente no es culpable de nada.
-¿Ese Argentino fue el de la reconciliación con el público?
-Indudablemente ahí hubo un punto de quiebre, de retorno. Todo esto, en definitiva, me ayudó mucho a madurar y darme cuenta de muchas cosas. Fue una de las grandes lecciones de mi vida y hay que agradecerlo. A veces hay que agradecer los malos momentos porque es de los que uno más aprende. Es algo archivado que lo único que me duele, reitero, es lo del Chungo. Por ahí reviso algunas cajas con cartas que me mandaba con mi madre y el Chungo aparece en el cincuenta por ciento de ellas.
-De Echagüe te vas a Unión (1987). ¿Qué sensación te da hoy en día ver el básquet de la capital de Santa fe en comparación al de aquella época?
-El básquet de Santa fe es muy grande por su historia y muy grande por su presente, en el aspecto de que pueden decir lo que sea pero siguen saliendo jugadores, se juega bien al básquet… La pregunta quizás es ¿Qué ha pasado con el básquet liguero de Santa fe?, más allá de que esto es un tema de debate en varias mesas de café en la que puede haber distintas posturas, la ciudad siempre ha sido generadora de entrenadores, los cuales han formado jugadores. Es una meca de básquet, lo fue toda la vida y lo seguirá siendo.
Respecto al básquet de Liga hay mucha diferencia entre los dos clubes de fútbol (Unión y Colón) y el resto, y los clubes de fútbol, quienes han tenido participación inicial en la Liga, más allá de algunas otras apariciones pero más fugaces, tienen una realidad que no se determina en una cancha o una oficina de básquet sino en una cancha de fútbol, y esto produce siempre una inestabilidad institucional.
-¿El Ferro de 1989, y ese año en sí, fue el mejor de tu carrera?
-Se dieron muchas cosas: el título con Entre Ríos, la Liga con Ferro y recibo el Olimpia de Plata.
Ferro fue el típico equipo soñado desde el lugar de la construcción. Soy de los que creo que un equipo necesita, al menos, tres años para construirse, donde no quiere decir que estén todos los mismos jugadores esos tres años, pero retocándolo como mínimo en tres temporadas tener un techo. No obstante, lo importante es el piso, como va subiendo, y tratar de no perforarlo, y eso se hace con el tiempo. Y Ferro venía armando un equipo desde la década del 70. Hablar de esos Ferro de los 80 siempre es hablar de mejores o peores campeonatos pero de un equipo que siempre fue bueno, con estructura y tiempo juntos. Atenas también fue un ejemplo de la construcción. El Peñarol de hoy en día también. Es por eso que la impaciencia de los clubes juega en contra a la construcción de un equipo. Lo peor después de una mala campaña es barajar y dar de nuevo. Esos equipos, históricamente, están condenados al fracaso.
Todo por los hijos
Con Gimnasia de Comodoro Rivadavia Sebastián Uranga vivió una situación única, algo que muchos en su lugar hubiesen manejado de otra forma. Con la intención de que se quede en el club, cueste lo que cueste, un dirigente le entregó un contrato con las cifras en blanco para que el jugador escriba el monto a ganar, tema del cual el paranaense no quiere hablar mucho por timidez.
“Fueron tres años en Comodoro, después del Mundial del 90. Es un lugar del que tengo recuerdos imborrables. Acá si creo que fue mí mejor etapa como jugador. Ellos insistieron mucho para que me quede pero mis hijos estaban chicos (Florencia y Sebastián) y no seguí porque los extrañaba. La verdad, son de esos lugares en los que uno podría haber terminado su carrera perfectamente ya que estaba totalmente instalado, sobre todo, socialmente. Estuve desde los 26 hasta los 29 años.
-¿Esa es la edad justa para el jugador de básquet?
-Creo que se va alargando. Hoy los 25 o 26 años es el inicio de la mejor etapa pero me parece que pasa los 29 años. Hoy hay mucho más cuidado físico en el jugador, otra forma de entrenar, ha cambiado todo, desde los pisos, las zapatillas, todo cambió para mejor y tranquilamente a los 32 o 33 años puede estar en su punto máximo.
De La Boca a Venado Tuerto y la despedida con Echagüe
-¿El paso por Boca en 1993/94 como se da?
-¿Recién hablábamos de equipos de fútbol no?... Boca, en estos últimos 14 años ha sido otra cosa y alcanzó para mantener la estabilidad del básquet, independientemente de lo que pasó con el fútbol, que le ha ido bien, en un tema para analizar.
En ese momento se dio una situación bastante extraña con Omar Romay (Echagüe también lo sufrió) y se privatiza el básquet, se inicia todo con un gran movimiento y demás, pero la realidad es que a los dos meses estábamos en Pampa y la vía y no teníamos ni cancha para entrenar. Recuerdo que practicábamos en el club Villa Crespo, a la vuelta de la casa de León (Najnudel), con piso de baldosa, un gimnasio y nada más, hasta que Alegre y Heller, al frente del club en ese momento, vuelven a hacerse cargo del básquet y para eso hubo que resignar parte del contrato porque si no Boca no jugaba más. Por lo menos pasó a tiempo y pudimos terminar de manera decorosa zafando.
-¿En Venado Tuerto, con Olimpia, también viviste momentos inolvidables?
-Sin lugar a dudas. Julio (Lamas) era el entrenador, quien ya me había querido tener cuando dirigía a Sport Club. Se armó un equipo muy fuerte en 1994/95 pero no se empieza bien y terminan cortando al DT. En su reemplazo traen a Horacio (Seguí) y ese plantel termina subcampeón.
Olimpia tenía un Banco como sponsor que quebró en la época del menemismo y el plantel quedó temblequeando. Un año después se decide armar un equipo con los que teníamos un año más de contrato solamente, quedaron afuera Pichi Campana, Gabi Darras, Fabián Tourn, se traen jugadores baratos y quedamos seis mayores, Lucas Victoriano como juvenil predominante y Leonardo Gutiérrez, Alejandro Burgos y Andy Rodríguez que lo seguían. Alejandro Montechia, Jorge Racca, Walter Guiñazú, Todd Jadlow, Michael Wilson y yo como mayores. Terminó siendo un equipo impresionante con el que ganamos de todo.
En mi caso ya veía todo como un veterano, con 32 años, y teníamos a todos los pibes explotando en un plantel con química absoluta y que va en contra de mi idea de la construcción (risas), pero son casos que se dan uno cada mil.
Recuerdo que en Venezuela nos tiraban desde las tribunas con las latas de la Maltín y Polar llenas (cervezas) y el equipo iba para adelante. Llegaba de un viaje a las cinco de la mañana y a las nueve de la noche jugaba por la Liga y la rompía.
-Todo se fue desgastando y tu salida de Olimpia no terminó siendo de la mejor forma, una vez que volvés de Quilmes de Mar del Plata.
-Regreso como un tarado, con un contrato mínimo y un impresentable entrenador como Pedro Escarain que quería zafar mandando al frente a todos los jugadores y demás, Cuando me tocó a mí la gente recordaba todo lo vivido dos años antes y hubo una movida popular cuando me corta y el DT se tiene que ir. Una cosa de ciencia ficción.
Fue el momento en que decidí retirarme, ya mi físico me estaba pasando factura fuertemente, hasta que Gabriel Darras, Victor Daitch y Eduardo Bianchini me proponen venir a retirarme a Echagüe.
-¿Era necesario ese último año en Echagüe?
-A mí me hizo muy bien. Soy de los que creo que, lamentablemente, pero no por culpa de los dirigentes ni de los entrenadores, sino también de los jugadores a los que nos tocaron tener cierto nivel, estar en la selección muchos años y demás, no aceptamos el hecho del cambio de rol, de reconocer que dejaste de ser el jugador franquicia y pasar a tener un papel secundario. En ese Echagüe del 1999/2000 me sentí totalmente reconfortado con mi rol. Por un lado, basquetbolistica y físicamente me costaba horrores, hay veces que hablamos con el Pelado Cecotti (PF) y nos reímos al recordar mi situación, pero siento que ayudé desde otro lugar y fue un placer enorme. Me encanta encontrarme con los Porta, los Van Lacke, los Tintorelli, los Souto, todos los pibes que había en ese momento y que te recuerdan la mano que le diste.
-¿Después de tu primera experiencia en Echagüe fue también como sacarte un peso de encima?
-No, era algo que ya estaba superado. Para mí fue muy reconfortante y me sirvió para convencerme de que no podía más físicamente. A los dos meses de retirarme me dolía hasta el pelo. Pero el gran recuerdo y la lección es eso… León decía: “a los jugadores los ponemos dos años más tarde y lo retiramos dos años antes” y lo primero es así y cuando uno tira a los pibes a la cancha responden enseguida, pero me parece clave lo de los años ya que en esta Liga en la que cuesta encontrar los referentes, los liderazgos, si todos, tanto dirigentes, entrenadores como los mismos jugadores aceptáramos esta situación de poder tener un par de veteranos jugando en los plantes ayudaríamos al crecimiento del equipo, la formación de pibes, etc.
Santiago Reutemann
Sebastián Uranga mantuvo un mano a mano con EL DIARIO y no para hablar del presente de su Echagüe en el TNA sino de él y algunas, tan sólo algunas de las cosas que vivió y vive con el básquet, al cual llegó por casualidad.
-Hay una frase que te la he escuchado un par de veces, por la cual muchos te cargan también pero que tiene una explicación lógica, si se quiere: “No conozco Paraná”…
-Si, puesta así como título, sin explicarla, suena feo (risas). La realidad es que no sé si los que han vivido acá siempre no se dan cuenta de lo que ha crecido Paraná. Yo me fui muy chico y ha cambiado tanto la ciudad que lugares referenciales que yo tenía, que para mí eran lejos cuando era chico, hoy en día están prácticamente en el centro y si uno me saca de los lugares por los cuales me manejo habitualmente, teniendo en cuenta que vivía en la zona del Parque, iba al colegio La Salle, al Club Estudiantes, a la Cultural inglesa, etc; me cuesta enormemente ubicarme. A veces, por ejemplo, lo escucho al Topo (Rubén Durán, asistente de Echagüe) que se pone a hablar de calles y no conozco ni media.
El otro día vino mi ahijada, la hija del Vasco Aispurua, y le propongo ir a buscarla a la casa de la amiga y me dice: Barrio Paraná 26, sector tanto, manzana tanto, casa tanto, calle tal, entre tal y tal (risas). La terminó llevando el padre de la amiga.
-¿Tu relación con el básquet se puede decir que se dio de casualidad?
-Fue así. Creo que la casualidad está dentro de cualquier persona. Deportivamente mi familia está mucho más cercana al rugby de Estudiantes, deporte al cual empecé a jugar a los 6 años y entre los 8 y los 9, entre mi hermano Beltrán, que hacía rugby y básquet, y Aníbal Cantero, que era mi profesor de Educación Física en el colegio, más el entrenador de básquet del club, me empezaron a “perseguir” con la intención de que también juegue. Por aquellos tiempos no existía el minibásquet y recuerdo que practicaba muy de vez en cuando. Lo que sí me acuerdo patente en mi primer partido, habré tenido 10 años, fue en cancha de Peñarol, que por cierto el otro día fui al supermercado y me crucé a verla y está casi igual, perdimos 50 a 1. No me acuerdo el apellido pero Peñarol tenía dos hermanos que para mí, en aquel entonces, eran unos NBA.
Pero puntualmente hay un hecho que me mete definitivamente en el básquet, fue en 1979, cuando tengo una apendicitis aguda que estuvo complicada por los que estoy ocho días internado en el Sanatorio La Entrerriana. Cuando me dan de alta mi primera pregunta fue cuando podía jugar al rugby, y por la operación esa zona quedó debilitada y me aconsejaron un año, por lo menos, para volver. Así que pregunté por el básquet, tenía que esperar menos, y ahí empecé y se fueron dando las cosas y desde ese problema de salud hasta que estaba reclutado en Ferro pasaron solamente dos años. Entre ellos una convocatoria a un Campeonato Argentino al cual no voy por mi viaje de egresados que, hasta el día de hoy, Aníbal no me perdona (risas). Llámese casualidad o causalidad, pero después el básquet termina siendo la enorme pasión de mi vida.
-En Ferro se dan muchas cuestiones: el hecho de estar en una institución modelo de aquel entonces, el nacimiento de la Liga Nacional y tener a León Najnudel como entrenador.
-Es difícil hoy hacer un parámetro de lo que fue Ferro, en aquella época, con cualquier organización de hoy.
Puntualmente en el básquet, se tomaron su tiempo en decidir cuál era el entrenador que estaría a cargo del proyecto del club y lo acompañaron a más no poder, y la elección no había podido ser mejor que la de León, a mediados de los 70. A partir de ahí empezó un proceso totalmente revolucionario. En mi caso soy del segundo grupo de reclutados, ya que en el primero estuvieron Cortijo, Oroño, Luis González, hubo algunos jugadores en el medio pero en mi caso, que también, por ejemplo, estuvimos con el Gabi Darrás, nos sumamos luego a juveniles que ya tenía el club. Llegar a Ferro era encontrarte con toda una organización dispuesta a ayudarte a crecer, no sólo en lo deportivo sino también en lo personal. Casi todos los jugadores que pasamos por Ferro y hablamos de la vida manejamos el mismo idioma. Decidirme por Ferro, ya que tuve la oportunidad de ir a otros clubes, fue la mejor determinación de mi vida.
-Hablando de decisiones, el año 1986 es muy especial para vos y Echagüe que te contrata. ¿Cómo definirías esa medida de jugar en Paraná en aquella temporada donde pasaron cosas?
-No hay dudas. A mí me toca salir campeón de la Liga Nacional con Ferro y tenía una gran relación personal con el Chungo (Orlando Butta) que siempre fue un tipo de grandes ideales en pos de buscar lo mejor para crecer, a veces sin mucho sustento. Me fui embarcando en una idea seductora de volver a mi ciudad, en un equipo recién ascendido y con toda la ilusión que eso implica.
En el punto de vista deportivo nos fue bien, bien nada más porque nos podría haber ido mejor, en una temporada en la cual la gente estaba muy entusiasmada y que promediaba 2.500 personas por noche, era un verdadero furor.
Lamentablemente, en lo personal, la idea se diluyó por temas económicos y a la vista del diario del lunes la decisión no fue buena ya que se dio algo muy tumultuoso.
Siempre digo lo difícil y complejo fue esa temporada, donde uno se plantea porque, si estaba en la cresta de la ola, viniendo de ser el mejor jugador de las finales del 85, pesando en el primer mundial con la mayor. Pero bueno, uno apeló al corazón y pensó que era algo bueno.
Al margen de todo, estoy muy agradecido de haber estado en Paraná ese año ya que me tocó vivir con mi madre el último año de su vida y es algo que no se olvida más. Fue algo muy fuerte. Parece como que fue Dios el que determinó que pase todo esto.
-Una relación que termina en aquel entonces con Echagüe con un juicio de por medio el cual ganás y que decidís no cobrar. ¿Por qué?
-Hay que recordar que fue un momento bastante duro. Durante ese año y el posterior se dijeron barbaridades sobre mí, por las cuales sufrí mucho tiempo ya que ésta es mi ciudad, quizás si hubiese pasado en otra no hubiese sido para tanto.
Desde el primer momento que lo empecé era simplemente para demostrar que era cierto que había un incumplimiento, el cual no era reconocido, nada más que eso. Para mí, es un tema totalmente archivado, pasado, doloroso, etc. Considero que aquí no fue culpable ni el Chungo ni yo, sino los dos. Yo actué como un chico y él un poco desesperado porque las cosas se le habían salido de cauce. Lo que más me duele es haber perdido la relación con él que era muy buena, hasta ese momento.
-¿Nunca más hablaron?
-Hace un tiempo que no lo veo, pero las últimas veces que nos cruzamos nos hemos saludado respetuosamente, pero no hablamos.
Pienso que estamos entrando en una edad donde a uno le gustaría poder revertir eso pero, lamentablemente, el tiempo perdido no te lo devuelve nadie.
-¿Esa forma de irte de Echagüe la gente te la hizo sentir cada vez que venías a jugar a Paraná?
-Sí, los insultos duraron bastante, por lo menos, hasta el Campeonato Argentino de 1989. Pero la gente no es culpable de nada.
-¿Ese Argentino fue el de la reconciliación con el público?
-Indudablemente ahí hubo un punto de quiebre, de retorno. Todo esto, en definitiva, me ayudó mucho a madurar y darme cuenta de muchas cosas. Fue una de las grandes lecciones de mi vida y hay que agradecerlo. A veces hay que agradecer los malos momentos porque es de los que uno más aprende. Es algo archivado que lo único que me duele, reitero, es lo del Chungo. Por ahí reviso algunas cajas con cartas que me mandaba con mi madre y el Chungo aparece en el cincuenta por ciento de ellas.
-De Echagüe te vas a Unión (1987). ¿Qué sensación te da hoy en día ver el básquet de la capital de Santa fe en comparación al de aquella época?
-El básquet de Santa fe es muy grande por su historia y muy grande por su presente, en el aspecto de que pueden decir lo que sea pero siguen saliendo jugadores, se juega bien al básquet… La pregunta quizás es ¿Qué ha pasado con el básquet liguero de Santa fe?, más allá de que esto es un tema de debate en varias mesas de café en la que puede haber distintas posturas, la ciudad siempre ha sido generadora de entrenadores, los cuales han formado jugadores. Es una meca de básquet, lo fue toda la vida y lo seguirá siendo.
Respecto al básquet de Liga hay mucha diferencia entre los dos clubes de fútbol (Unión y Colón) y el resto, y los clubes de fútbol, quienes han tenido participación inicial en la Liga, más allá de algunas otras apariciones pero más fugaces, tienen una realidad que no se determina en una cancha o una oficina de básquet sino en una cancha de fútbol, y esto produce siempre una inestabilidad institucional.
-¿El Ferro de 1989, y ese año en sí, fue el mejor de tu carrera?
-Se dieron muchas cosas: el título con Entre Ríos, la Liga con Ferro y recibo el Olimpia de Plata.
Ferro fue el típico equipo soñado desde el lugar de la construcción. Soy de los que creo que un equipo necesita, al menos, tres años para construirse, donde no quiere decir que estén todos los mismos jugadores esos tres años, pero retocándolo como mínimo en tres temporadas tener un techo. No obstante, lo importante es el piso, como va subiendo, y tratar de no perforarlo, y eso se hace con el tiempo. Y Ferro venía armando un equipo desde la década del 70. Hablar de esos Ferro de los 80 siempre es hablar de mejores o peores campeonatos pero de un equipo que siempre fue bueno, con estructura y tiempo juntos. Atenas también fue un ejemplo de la construcción. El Peñarol de hoy en día también. Es por eso que la impaciencia de los clubes juega en contra a la construcción de un equipo. Lo peor después de una mala campaña es barajar y dar de nuevo. Esos equipos, históricamente, están condenados al fracaso.
Todo por los hijos
Con Gimnasia de Comodoro Rivadavia Sebastián Uranga vivió una situación única, algo que muchos en su lugar hubiesen manejado de otra forma. Con la intención de que se quede en el club, cueste lo que cueste, un dirigente le entregó un contrato con las cifras en blanco para que el jugador escriba el monto a ganar, tema del cual el paranaense no quiere hablar mucho por timidez.
“Fueron tres años en Comodoro, después del Mundial del 90. Es un lugar del que tengo recuerdos imborrables. Acá si creo que fue mí mejor etapa como jugador. Ellos insistieron mucho para que me quede pero mis hijos estaban chicos (Florencia y Sebastián) y no seguí porque los extrañaba. La verdad, son de esos lugares en los que uno podría haber terminado su carrera perfectamente ya que estaba totalmente instalado, sobre todo, socialmente. Estuve desde los 26 hasta los 29 años.
-¿Esa es la edad justa para el jugador de básquet?
-Creo que se va alargando. Hoy los 25 o 26 años es el inicio de la mejor etapa pero me parece que pasa los 29 años. Hoy hay mucho más cuidado físico en el jugador, otra forma de entrenar, ha cambiado todo, desde los pisos, las zapatillas, todo cambió para mejor y tranquilamente a los 32 o 33 años puede estar en su punto máximo.
De La Boca a Venado Tuerto y la despedida con Echagüe
-¿El paso por Boca en 1993/94 como se da?
-¿Recién hablábamos de equipos de fútbol no?... Boca, en estos últimos 14 años ha sido otra cosa y alcanzó para mantener la estabilidad del básquet, independientemente de lo que pasó con el fútbol, que le ha ido bien, en un tema para analizar.
En ese momento se dio una situación bastante extraña con Omar Romay (Echagüe también lo sufrió) y se privatiza el básquet, se inicia todo con un gran movimiento y demás, pero la realidad es que a los dos meses estábamos en Pampa y la vía y no teníamos ni cancha para entrenar. Recuerdo que practicábamos en el club Villa Crespo, a la vuelta de la casa de León (Najnudel), con piso de baldosa, un gimnasio y nada más, hasta que Alegre y Heller, al frente del club en ese momento, vuelven a hacerse cargo del básquet y para eso hubo que resignar parte del contrato porque si no Boca no jugaba más. Por lo menos pasó a tiempo y pudimos terminar de manera decorosa zafando.
-¿En Venado Tuerto, con Olimpia, también viviste momentos inolvidables?
-Sin lugar a dudas. Julio (Lamas) era el entrenador, quien ya me había querido tener cuando dirigía a Sport Club. Se armó un equipo muy fuerte en 1994/95 pero no se empieza bien y terminan cortando al DT. En su reemplazo traen a Horacio (Seguí) y ese plantel termina subcampeón.
Olimpia tenía un Banco como sponsor que quebró en la época del menemismo y el plantel quedó temblequeando. Un año después se decide armar un equipo con los que teníamos un año más de contrato solamente, quedaron afuera Pichi Campana, Gabi Darras, Fabián Tourn, se traen jugadores baratos y quedamos seis mayores, Lucas Victoriano como juvenil predominante y Leonardo Gutiérrez, Alejandro Burgos y Andy Rodríguez que lo seguían. Alejandro Montechia, Jorge Racca, Walter Guiñazú, Todd Jadlow, Michael Wilson y yo como mayores. Terminó siendo un equipo impresionante con el que ganamos de todo.
En mi caso ya veía todo como un veterano, con 32 años, y teníamos a todos los pibes explotando en un plantel con química absoluta y que va en contra de mi idea de la construcción (risas), pero son casos que se dan uno cada mil.
Recuerdo que en Venezuela nos tiraban desde las tribunas con las latas de la Maltín y Polar llenas (cervezas) y el equipo iba para adelante. Llegaba de un viaje a las cinco de la mañana y a las nueve de la noche jugaba por la Liga y la rompía.
-Todo se fue desgastando y tu salida de Olimpia no terminó siendo de la mejor forma, una vez que volvés de Quilmes de Mar del Plata.
-Regreso como un tarado, con un contrato mínimo y un impresentable entrenador como Pedro Escarain que quería zafar mandando al frente a todos los jugadores y demás, Cuando me tocó a mí la gente recordaba todo lo vivido dos años antes y hubo una movida popular cuando me corta y el DT se tiene que ir. Una cosa de ciencia ficción.
Fue el momento en que decidí retirarme, ya mi físico me estaba pasando factura fuertemente, hasta que Gabriel Darras, Victor Daitch y Eduardo Bianchini me proponen venir a retirarme a Echagüe.
-¿Era necesario ese último año en Echagüe?
-A mí me hizo muy bien. Soy de los que creo que, lamentablemente, pero no por culpa de los dirigentes ni de los entrenadores, sino también de los jugadores a los que nos tocaron tener cierto nivel, estar en la selección muchos años y demás, no aceptamos el hecho del cambio de rol, de reconocer que dejaste de ser el jugador franquicia y pasar a tener un papel secundario. En ese Echagüe del 1999/2000 me sentí totalmente reconfortado con mi rol. Por un lado, basquetbolistica y físicamente me costaba horrores, hay veces que hablamos con el Pelado Cecotti (PF) y nos reímos al recordar mi situación, pero siento que ayudé desde otro lugar y fue un placer enorme. Me encanta encontrarme con los Porta, los Van Lacke, los Tintorelli, los Souto, todos los pibes que había en ese momento y que te recuerdan la mano que le diste.
-¿Después de tu primera experiencia en Echagüe fue también como sacarte un peso de encima?
-No, era algo que ya estaba superado. Para mí fue muy reconfortante y me sirvió para convencerme de que no podía más físicamente. A los dos meses de retirarme me dolía hasta el pelo. Pero el gran recuerdo y la lección es eso… León decía: “a los jugadores los ponemos dos años más tarde y lo retiramos dos años antes” y lo primero es así y cuando uno tira a los pibes a la cancha responden enseguida, pero me parece clave lo de los años ya que en esta Liga en la que cuesta encontrar los referentes, los liderazgos, si todos, tanto dirigentes, entrenadores como los mismos jugadores aceptáramos esta situación de poder tener un par de veteranos jugando en los plantes ayudaríamos al crecimiento del equipo, la formación de pibes, etc.
“Pagaría por jugar en la selección”
¿A la hora de hablar de tu paso por la selección nacional el Mundial del 90, por el hecho de que se jugó en el país, está por encima?
-Calculo que se va a entender lo que voy a decir. A pesar de haber jugado cientos de partidos oficiales y amistosos entre juveniles y mayores en 13 temporadas, pagaría para jugar una vez más en la selección. Ponerte la camiseta Argentina y representar en tu país una actividad que tanto amas y a la que tanta pasión le tenés es algo inexplicable.
-¿Y encima con la cinta de capitán en el brazo?
-Si. Es un orgullo enorme como título. Personalmente los capitanes no son los que tienen títulos, hay veces que hay gente que se equivoca en la designación de uno. El otro día lo escuchaba a Carlos Bianchi decir que los compañeros elegían al capitán de su equipo y creo que también se equivocan en la metodología porque ponen al “más alegre”, por ejemplo. El tema del liderazgo y la conducción es algo que te lo da el mismo grupo, el ser algún tipo de líder, ya que hay muchos, y va más allá de todo. Obviamente, que me elijan durante algunas temporadas para llevar la cinta da un orgullo especial y uno lo guarda con enorme gratitud.
El Mundial 90, sin dudas, que tiene una trascendencia mayor por el hecho de que fuimos locales.
Nosotros éramos la generación de los “pero”. Teníamos grandes jugadores, “pero”; “pero” esto, “pero” lo otro. Y algunos momentos era frustrante porque te dabas cuenta que te vivías quedando en la puerta de situaciones, o en torneos terminabas obteniendo grandes resultados, como por ejemplo la victoria con Estados Unidos en España 86, pero después te terminabas cayendo, siempre faltaba algo.
Nosotros fuimos la generación que tenía que desmalezar, no la selección sino a partir de la Liga Nacional, para poder ver un panorama un poco más claro había que desmontar más que desmalezar, y nuestra generación aportó mucho en la lucha para que la selección crezca y los jugadores de ahora te lo reconocen.
-La gente también te reconoce por tu tarea con la selección. Te siguen parando para sacarse fotos, en las presentaciones de los equipos, en las diferentes canchas donde juega Echagüe, siempre hacen mención a tu presencia…
-Totalmente, uno en la selección crea toda una transcendencia mayor. Lo de la gente es una cosa increíble. El otro día en Federal, cuando volvíamos de Oberá, me llamó mucho la atención porque ahí no se juega al básquet y cuando paramos en la estación de servicio la chica que me sirvió el café me preguntó “¿vos sos Sebastián Uranga?”. Te digo la verdad, es una cuestión que me da mucha vergüenza.
El recuerdo de Aníbal
El día que murió Aníbal Sánchez estaba entrenando. En un momento León se va de la práctica, vuelve con la cara desencajada y me llama aparte. Sin decir una palabra me lleva al bar enfrente al club, sinceramente pensaba que estaba enojado por algo, nos sentamos y me dijo que había muerto Aníbal”, así contó Uranga como se enteró de la muerte del 10 entrerriano.
EL ROL DE ENTRENADOR
-¿Ya como DT pudiste dejar de lado el jugador?
-En absoluto, yo voy a morir siendo jugador y no lo pienso cambiar.
-¿Y esto es bueno, malo o no influye?
-Hay algunos que salen espantados cuando me escuchan decir esto. Pero para mi el tema de la conducción no tiene que ver con una cuestión jerárquica sino con la persuasión y la ascendencia que uno tenga sobre el otro, en realidad en cualquier relación: padre e hijo, maestro y alumno, amigos, porque no. Al que le tocó relativamente ser líder sobre sus compañeros, ¿Cuál es la diferencia con ser entrenador?, está claro que como DT tengo que ver a los contrarios, pensar en todo el mundo… los líderes piensan siempre en todo el mundo. Leo Gutierréz piensa en todos los jugadores de Peñarol, no en él sólo, y al que se descoloca un poquito lo mete en la línea.
Yo hoy me relaciono igual con los jugadores que cuando jugaba, exactamente igual. Los grupos tienen que entender que los lugares de decisión son inapelables. Yo puedo orientar, esto, lo otro, pero cuando el jugador toma una decisión en el partido es inapelable. ¿Cuál es la diferencia?, la forma en que te relacionas en la previa. Puedo ser un DT que no escucha a nadie y no me interese nada de nadie, un estilo que no comparto. Otro es el tirar arriba de la mesa las cosas hasta que se toma una decisión y cuando se toma, a morir con ella. Yo le puedo decir un montón de cosas que haga al jugador, pero si después toma otra determinación también es inapelable. Lo que hay que entender es que todos somos importantes y tomamos decisiones, en diferentes lugares. ¿Adonde está la diferencia relacional? No entiendo cuando se dice “lo que pasa es que todavía no se sacó el jugador de adentro”.
TRES DE TRES
EL ESTUDIANTE
Actualmente a Uranga le quedan cuatro materias para recibirse de Administración y gestión pública, técnicatura de dos años que está haciendo a distancia mediante la Universidad Nacional del Litoral. “Me gusta mucho el mundo público”, confesó el Seba que cuando fue reclutado por Ferro debió abandonar la carrera de Analista de sistema. EN EL EXTERIOR
“En 1989 Elio Rubens me lleva a jugar a Franca de Brasil, iba a ir junto con Diego Maggi pero luego él no arregló. La idea era estar dos meses para la Liga Paulista y el objetivo de clasificar a la primera Liga Nacional. Llegamos a semifinales y lo logramos. Intentaron que renovara pero volví a la Argentina y jugué para Ferro la Liga corta del 90”, contó Uranga. EL DESCENSO
Así como se cansó de dar vueltas olímpicas, Sebastián Uranga también tiene en su carrera un descenso. El mismo se dio en la temporada 1997/98, jugando para Quilmes de Mar del Plata.
-Calculo que se va a entender lo que voy a decir. A pesar de haber jugado cientos de partidos oficiales y amistosos entre juveniles y mayores en 13 temporadas, pagaría para jugar una vez más en la selección. Ponerte la camiseta Argentina y representar en tu país una actividad que tanto amas y a la que tanta pasión le tenés es algo inexplicable.
-¿Y encima con la cinta de capitán en el brazo?
-Si. Es un orgullo enorme como título. Personalmente los capitanes no son los que tienen títulos, hay veces que hay gente que se equivoca en la designación de uno. El otro día lo escuchaba a Carlos Bianchi decir que los compañeros elegían al capitán de su equipo y creo que también se equivocan en la metodología porque ponen al “más alegre”, por ejemplo. El tema del liderazgo y la conducción es algo que te lo da el mismo grupo, el ser algún tipo de líder, ya que hay muchos, y va más allá de todo. Obviamente, que me elijan durante algunas temporadas para llevar la cinta da un orgullo especial y uno lo guarda con enorme gratitud.
El Mundial 90, sin dudas, que tiene una trascendencia mayor por el hecho de que fuimos locales.
Nosotros éramos la generación de los “pero”. Teníamos grandes jugadores, “pero”; “pero” esto, “pero” lo otro. Y algunos momentos era frustrante porque te dabas cuenta que te vivías quedando en la puerta de situaciones, o en torneos terminabas obteniendo grandes resultados, como por ejemplo la victoria con Estados Unidos en España 86, pero después te terminabas cayendo, siempre faltaba algo.
Nosotros fuimos la generación que tenía que desmalezar, no la selección sino a partir de la Liga Nacional, para poder ver un panorama un poco más claro había que desmontar más que desmalezar, y nuestra generación aportó mucho en la lucha para que la selección crezca y los jugadores de ahora te lo reconocen.
-La gente también te reconoce por tu tarea con la selección. Te siguen parando para sacarse fotos, en las presentaciones de los equipos, en las diferentes canchas donde juega Echagüe, siempre hacen mención a tu presencia…
-Totalmente, uno en la selección crea toda una transcendencia mayor. Lo de la gente es una cosa increíble. El otro día en Federal, cuando volvíamos de Oberá, me llamó mucho la atención porque ahí no se juega al básquet y cuando paramos en la estación de servicio la chica que me sirvió el café me preguntó “¿vos sos Sebastián Uranga?”. Te digo la verdad, es una cuestión que me da mucha vergüenza.
El recuerdo de Aníbal
El día que murió Aníbal Sánchez estaba entrenando. En un momento León se va de la práctica, vuelve con la cara desencajada y me llama aparte. Sin decir una palabra me lleva al bar enfrente al club, sinceramente pensaba que estaba enojado por algo, nos sentamos y me dijo que había muerto Aníbal”, así contó Uranga como se enteró de la muerte del 10 entrerriano.
EL ROL DE ENTRENADOR
-¿Ya como DT pudiste dejar de lado el jugador?
-En absoluto, yo voy a morir siendo jugador y no lo pienso cambiar.
-¿Y esto es bueno, malo o no influye?
-Hay algunos que salen espantados cuando me escuchan decir esto. Pero para mi el tema de la conducción no tiene que ver con una cuestión jerárquica sino con la persuasión y la ascendencia que uno tenga sobre el otro, en realidad en cualquier relación: padre e hijo, maestro y alumno, amigos, porque no. Al que le tocó relativamente ser líder sobre sus compañeros, ¿Cuál es la diferencia con ser entrenador?, está claro que como DT tengo que ver a los contrarios, pensar en todo el mundo… los líderes piensan siempre en todo el mundo. Leo Gutierréz piensa en todos los jugadores de Peñarol, no en él sólo, y al que se descoloca un poquito lo mete en la línea.
Yo hoy me relaciono igual con los jugadores que cuando jugaba, exactamente igual. Los grupos tienen que entender que los lugares de decisión son inapelables. Yo puedo orientar, esto, lo otro, pero cuando el jugador toma una decisión en el partido es inapelable. ¿Cuál es la diferencia?, la forma en que te relacionas en la previa. Puedo ser un DT que no escucha a nadie y no me interese nada de nadie, un estilo que no comparto. Otro es el tirar arriba de la mesa las cosas hasta que se toma una decisión y cuando se toma, a morir con ella. Yo le puedo decir un montón de cosas que haga al jugador, pero si después toma otra determinación también es inapelable. Lo que hay que entender es que todos somos importantes y tomamos decisiones, en diferentes lugares. ¿Adonde está la diferencia relacional? No entiendo cuando se dice “lo que pasa es que todavía no se sacó el jugador de adentro”.
TRES DE TRES
EL ESTUDIANTE
Actualmente a Uranga le quedan cuatro materias para recibirse de Administración y gestión pública, técnicatura de dos años que está haciendo a distancia mediante la Universidad Nacional del Litoral. “Me gusta mucho el mundo público”, confesó el Seba que cuando fue reclutado por Ferro debió abandonar la carrera de Analista de sistema. EN EL EXTERIOR
“En 1989 Elio Rubens me lleva a jugar a Franca de Brasil, iba a ir junto con Diego Maggi pero luego él no arregló. La idea era estar dos meses para la Liga Paulista y el objetivo de clasificar a la primera Liga Nacional. Llegamos a semifinales y lo logramos. Intentaron que renovara pero volví a la Argentina y jugué para Ferro la Liga corta del 90”, contó Uranga. EL DESCENSO
Así como se cansó de dar vueltas olímpicas, Sebastián Uranga también tiene en su carrera un descenso. El mismo se dio en la temporada 1997/98, jugando para Quilmes de Mar del Plata.
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