jueves, 12 de mayo de 2016

El hincha de Echagüe

Yo lo veía enredado en la bandera que cortaba la popular en dos y se enlazaba desde la jirafa hasta el paravalanchas. Siempre con la misma camiseta de la época en que el equipo jugaba Liga A. Pero no eran tiempos de Liga A. Eso ya había pasado.
Cuando Echagüe jugaba la A, el Negro era el hincha de referencia, el que había sucedido a Hugo Borrás como jefe de la hinchada. El Negro usaba una camiseta azul, ochentosa, con los números en celeste, creo que del 85. En el calor de la popular que da sobre Urquiza, el Negro se quedaba ronco y transpiraba como los jugadores. La diferencia es que de su sudor surgía un vapor, visible, como si fuera humo y el Negro se estuviese quemando. Eso pensábamos nosotros, que nos distraíamos del partido viendo si al final el Negro se prendía fuego o no.

No sé cuando dejó de venir el Negro a la tribuna y quedó a cargo Pichai o Andrés o los que siguieron. Pero el hincha de Echagüe, los herederos de Borrás, están creados por un molde que no existe. Son una particularidad, una diferencia. Me refiero al barra de Echagüe, el integrante de la Aníbal Sánchez. El que veía trepado allá arriba, enroscado en la bandera, con una camiseta vieja, por caso.
Nunca fueron numéricamente muchos, pero jamás se extinguieron, aún

en los momentos más dramáticos de un club mucho más habituado al drama que a los festejos.
En rigor Echagüe solo ganó en 1985, cuando ascendió a la Liga Nacional A, aunque en realidad salió segundo, detrás de Caja Popular de Tucumán. Desde entonces tuvo algunas buenas campañas, la primera del 86´, la de Volcan Sánchez en el 88´, la que llegó a salvar Charles Parker en el 90´ y paremos de contar que se nos vienen los descensos. Dos descensos (90-91 y 93-94) y un ascenso por el escritorio (91-92), con Horacio Seguí como DT y el ahora millonario Guillermo Marin, de base, aunque despedido a mitad de temporada por bajo rendimiento.
Hay algunas temporadas memorables en la segunda categoría, pero ningún ascenso y sí, en cambio, dos descensos, que no se concretaron, otra vez, por el escritorio.
Como fuera, Echagüe es el último vestigio de la Liga Nacional que vimos nacer en el 84. El otro es Atenas de Córdoba. Es, también, una narrativa de lo que padecieron los clubes de barrio que no estaban en condiciones de afrontar el profesionalismo, porque no lo conocían y porque no podían manejarlo. A su modo, Echagüe lo hizo, padeciendo más que nada. Y los hinchas estuvieron ahí, en el mismo lugar, cambiando de referencia, renovando algunos cantos, observando en promedio un eterno empate entre buenas y malas. Un empate con gusto a derrota y esa sensación de permanente melancolía: el dolor de ya no ser.
Pero estuvieron ahí.
Y el hincha de la barra viene de un molde raro o inexistente. Porque tiene algún tinte futbolero, pero en la liturgia, no en los hechos. El barra de Echagüe no aprieta, no recibe favores, se organiza para viajar como puede, no provoca disturbios. Tiene gestos de barra brava, pero no acciones, porque habita una cancha de básquet y porque generalmente tampoco hay barras rivales. El barra de Echagüe es, de alguna manera, un barra solitario. Un tipo que va los días de partido, que se pone la camiseta y canta con lo que tiene, aunque muchas veces sienta con demasiada gravedad el eco de su voz en un estadio callado.
Pero si es cierto que Echagüe ha ofrecido a sus hinchas numerosas amarguras, también es verdad que siempre tiene un resto de heroísmo por mostrar, una historia sorpresiva por contar. Y de eso se hacen los mitos y las leyendas, también en el deporte, aunque no hayas ganado nunca. Aunque no hayas ganado nada.
Ahora, sin ir más lejos, el 17 de mayo, cuando la serie final de la conferencia Norte del TNA llegue al Luis Butta, como en un viaje imposible a través del tiempo, más de 3000 personas van llenar las gradas de este templo del básquet local y nacional también, porque ahí un 4 de julio de 1984 arrancó la Liga. Los hinchas van a cantar tan fuerte que va a retumbar en los alrededores y el ruido se va a escuchar por Pascual Palma, por 25 de mayo y también por Irigoyen. La barra va a ocupar el mismo espacio en la popular de calle Urquiza y tal vez en la proeza de esta campaña sume algún integrante que aguante también las difíciles.
Pero van a estar ahí. El barra va a estar ahí. Ese que es parte de la mitología de Echagüe, el club que soportó la Liga, todas las crisis, las amenazas de remate, los descensos, el olvido. Ese club, ese equipo, esa bandera, que otra vez ahora va a colmar su estadio, como antes, en el origen, cuando Hugo Borrás dirigía la barra en la tribuna, cuando estaba el Negro quemándose en vida, cuando cantaba András y todos los que siguieron. Hasta el día hoy.

Julián Stoppello, para "Entre Ríos Ahora".

Fotos: Bernardo Albisu

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